Momento Espírita
Curitiba, 20 de Abril de 2024
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ícone El hombre y la mujer

¿Son iguales ante Dios, el hombre y la mujer, y tienen los mismos derechos?

Esa pregunta fue hecha, en el siglo diecinueve, por Allan Kardec a los Espíritus Superiores y la respuesta de ellos fue una contra pregunta:

“¿No les otorgó Dios la inteligencia del bien y del mal y la facultad de progresar a ambos?”

Los Bienhechores lanzaron, en pleno siglo diecinueve un reto para la sociedad de la época, que consideraba el hombre un ser superior a la mujer, a quien ella debía obediencia y respeto.

Es incontestable que hombres y mujeres tienen los mismos derechos, con variaciones apenas con referencia a las funciones que cabe a cada uno junto a la sociedad.

Sobre esa cuestión, Kardec preguntó a los Espíritus:

“¿Las funciones a las que la mujer es destinada por la naturaleza tendrán una importancia tan grande como las asignadas al hombre?”

La respuesta fue:

“Sí, incluso más. Es ella quien le da las primeras nociones de vida.”

En dicha aseveración de los Bienhechores, queda claro que la maternidad es una de las funciones que cabe a la mujer, bien como las primeras nociones de educación.

Víctor Hugo, poeta y romancista francés que vivió en el siglo diecinueve, escribió una bellísima página sobre el hombre y la mujer, que aquí reproducimos:

El hombre es la más elevada de las criaturas. La mujer es el más sublime de los ideales.

Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer, un altar. El trono exalta; el altar santifica.

El hombre es el cerebro; la mujer el corazón. El cerebro produce luz; el corazón, amor. La luz fecunda; el amor resucita.

El hombre es el genio; la mujer el ángel. El genio es inmensurable; el ángel indefinible.

La aspiración del hombre es la suprema gloria; la aspiración de la mujer, la virtud extrema. La gloria traduce grandeza; la virtud traduce divinidad.

El hombre tiene supremacía; la mujer, la preferencia. La supremacía representa la fuerza; la preferencia el derecho.

El hombre es fuerte por la razón; la mujer es invencible por la lágrima. La razón convence; la lágrima conmueve.

El hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer, de todos los martirios. El heroísmo ennoblece; el martirio sublima.

El hombre es el código; la mujer, el evangelio. El código corrige, el evangelio perfecciona.

El hombre es un templo; la mujer un sagrario. Ante el templo, nos descubrimos; ante el sagrario, nos arrodillamos.

El hombre piensa; la mujer sueña. Pensar es tener cerebro; soñar es tener en la frente una aureola.

El hombre es un océano; la mujer, un lago. El océano tiene la perla que lo embellece, el lago tiene la poesía que lo deslumbra.

El hombre es el águila que vuela; la mujer, el ruiseñor que canta. Volar es dominar el espacio; cantar es conquistar el alma.

El hombre tiene un farol: la conciencia; la mujer tiene una estrella: la esperanza. El farol guía, la esperanza salva.

En fin, el hombre está colocado donde termina la tierra; la mujer, donde empieza el cielo.

*   *   *

El hombre es como el pájaro, muchas veces obligado a enfrentar la tempestad, fuera del nido, para que el nido disfrute alegría y abundancia.

La mujer es el ángel de ese mismo nido en el que el hombre busca paz y reposo.

 

Redacción del Momento Espírita con base en poema de Victor Hugo, obtenido del volumen 5 de la “Antologia do pensamento mundial”, ed. Logos y del vocablo “Homem” del  “Dicionário da Alma”, de Francisco Cândido Xavier, ed. Feb.

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