Momento Espírita
Curitiba, 06 de Maio de 2024
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ícone La cuna de Jesús

Al estudiar los orígenes de algunos símbolos de la Navidad, nos referimos a Francisco de Asís como el creador del pesebre.

Antes de él, el pesebre era parte de las costumbres de la época de las fiestas navideñas en las catedrales romanas y en otros lugares.

Sin embargo, el pobre de Asís hizo algo muy especial en aquel diciembre de 1223.

Él fue a un lugar de retiro distante cincuenta kilómetros de Asís, cerca de Greccio. Allí se hospedó con algunos frailes.

Pidiendo la ayuda de un noble de la ciudad, preparó un significativo monumento de Navidad.

Refiriéndose al Evangelio de Lucas, en el Nuevo Testamento, que narra el nacimiento de Jesús en un pesebre y a un versículo del Antiguo Testamento que se refiere al hecho de que el buey conoce a su dueño y el asno conoce el pesebre de su amo, él idealizó la escena.

Pidió que le fuesen traídos animales y los amarró cerca de una pareja local con su hijito. Ellos representaban a José, María y al Niño Jesús.

Como los Evangelios se refieren a los magos y a los pastores, Francisco pidió a algunos frailes que los representasen.

Así fue que, en aquella víspera de Navidad del año 1223, Greccio se convirtió en una nueva Belén.

La prédica de Francisco, en la noche iluminada por velas y antorchas, fue acerca de la humildad y la pobreza de Jesús.

Al contrario del tono severo de las prédicas medievales,  él habló de la dulzura de Jesús.

Era el mensaje en que Él se ofrece cada día para nacer en el corazón de cada hombre.

Era la gran evocación del nacimiento del Ser más perfecto que la Tierra haya conocido.

Jesús no fue el remoto fundador de una gran religión. Él vino para enseñar el amor, amando a Sus hermanos, viviendo con ellos, sufriendo por ellos y ayudándolos.

Francisco trajo con aquella dramatización el mensaje de una nueva forma de oración, que se centraba en el nacimiento de Jesús, Su vida y Su muerte.

Finalizado el culto religioso de la noche, Francisco ayudó al noble a servir un banquete para todos los invitados. Para los animales, una porción doble de heno y avena. Para los pájaros  de afuera, fueron lanzados granos.

El amor de Jesús, personificado en Su emisario de Asís, no se olvidaba de ningún ser vivo. Todos eran hermanos. Todos creados por Dios, modelados por el amor del Padre.

Para Francisco aquella celebración no era una pieza sentimental de teatro, sino la representación simbólica de algo que puede y debe suceder todos los días: el nacimiento de Jesús en los corazones de aquellos que lo deseen.

Él trajo el evento del pasado al presente. Utilizó la gente común en lugares comunes, con sus propias ropas para la dramatización.

Todo eso para decir que Jesús no era una personalidad distante, nacida en un lugar lejano. Era el amor presente en la vida de cada uno de los seres para los cuales Él vino.

Fue a partir de esa noche que la tradición de la cuna de Navidad, del pesebre, se convirtió en una de las imágenes religiosas más conocidas en todo el mundo, siendo reproducida en cuadros, esculturas, impresas o grabadas, siempre con talento y emoción.

Pensemos en eso y ofrezcamos nuestro corazón a Jesús como  el pesebre más dulce y más tierno para Su nacimiento en nosotros.

Porque… ¡es Navidad otra vez!

 

Redacción del Momento Espírita, con base en el
capítulo 
Quatorze (1223 – 1224), del libro Francisco
de Assis, o santo relutante, de Donald Spoto, ed. Objetiva.
En 24.6.2014.

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