Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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ícone La sonrisa de la fe

Las cirugías en los niños pequeños dejan a todos, principalmente a los padres, con el corazón en la mano.

Entregar la vida del ser amado en las manos de un extraño, es una tarea de  lo más dolorosa.

En un momento, él está allí contigo, jugando, abrazando, divirtiéndose, sin saber lo que le espera más adelante. Luego, está en una camilla del hospital, inconsciente – bajo anestesia general.

Tal vez sea la primera lección de desapego que la vida da a los padres.

Y así fue con aquella niñita de tres años. Llegó al hospital, juguetona, a las siete de la mañana, como si fuera un día normal de juegos.

Como la mayoría de los niños, a ella no le gustaban mucho las consultas médicas, en las que el doctor o doctora la movía de arriba a abajo, de abajo a arriba, punzando aquí, midiendo esto y aquello.

Si pensara como un adulto, ciertamente preguntaría: ¿Cómo estos médicos encuentran tantos orificios en mí para colocar esos instrumentos extraños y helados?

Entonces, cuando vio a su pediatra, todo ataviado, con máscara, gorro, bata, percibió que algo extraño estaba ocurriendo.

Se encogió, miró a su madre y se quedó mirando fijamente al pediatra.

Los padres, que la habían preparado desde hacía algunos días, explicando lo que iba a pasar, volvieron a decirle con palabras simples que aquel tío la ayudaría a respirar mejor, a quedarse menos enferma.

No mintieron ni engañaron a la niña, diciendo que no le iba a doler. Conociendo el post-operatorio, sufrido para los pequeños, le explicaron que estarían a su lado cuando volviese a despertar, y que el dolor iba a pasar.

Y la madre partió, llevándose a la niña hasta la camilla quirúrgica donde sería sedada. El temor era su reacción cuando ella se diera cuenta de que estaba en un centro quirúrgico.

Sin embargo, ella sorprendió a todos. Se acostó calmadamente. En el ambiente había otros profesionales y, cuando le pusieron la máscara con el sedativo, ella levantó los ojos, esbozó una sonrisa y entonces, cerró los párpados.

Más tarde, el anestesista residente, encantado, se dirigió a la madre y dijo: ¡Qué angelito! Nunca recibí una sonrisa así, tan verdadera…

La niña confió en ellos. Confió en los padres. Confió.

*     *     *

¿Cómo está nuestra confianza en Dios?

¿Es verdad que vemos al Creador como ese médico experimentado que sabe lo que hace, al que confiamos nuestras vidas?

A veces, Le entendemos de la misma forma en la que un niño de tres años entiende el conocimiento de un profesional con décadas de experiencia – casi nada.

Y eso es perfectamente normal. Ese niño va a crecer y un día va a  comprenderlo mejor.

Pero mientras no lo comprende, pues no lo conoce, ella tiene a sus padres para decirle: Puedes confiar. Ella tiene a los padres para mostrarle la verdad de lo que va a ocurrir, la verdad adaptada a su realidad.

Así es con nosotros, así es con la verdadera religión, la que nos une al Creador a través del sentimiento y de la razón.

La sonrisa de la fe es la certeza de que todo lo que nos ocurre es para nuestro bien, nos guste o no, sea o no agradable.

La fe nos da una visión más amplia sobre la existencia. Ella nos saca de la caverna y comienza a mostrarnos la luz de allá afuera.

Redacción del Momento Espírita.
En 22.6.2017.

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