Momento Espírita
Curitiba, 16 de Abril de 2024
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ícone Contemplando la Sabiduría Divina

Todo en la naturaleza nos ofrece extraordinarias lecciones. Y nos lleva a pensar en quién la ha delineado de forma tan perfecta, tan armónica.

Por ejemplo, cuando miramos el reino animal y observamos la presencia del amor materno.

Incluso hablando de los animales feroces, constatamos que todos sienten hacia sus cachorros el más tierno afecto.

Las madres animales son criaturas preocupadas por sus crías. Ellas dedican tiempo para enseñarles las cosas de la vida y hacen de todo para protegerlos.

La hembra del oso polar es un ejemplo de madre apegada a sus crías. Antes de que nazcan, prepara una especie de cuna, cavando en la nieve un lugar protegido.

Los bebés suelen ser gemelos y nacen entre diciembre y enero, mientras es invierno en el hemisferio norte y ella los calienta con su cuerpo y la lactancia.

Entre marzo y abril, ellos dejan el abrigo en la nieve para habituarse a las temperaturas externas.

Después de aclimatados, tiene inicio el aprendizaje de la caza. Ella los prepara para el mundo que deberán enfrentar, aunque ellos se queden con ella hasta alrededor de los dos años.

En la familia de los elefantes africanos, a su vez, encontramos la madre del tipo exigente. Como ella, toda la manada debe dar atención a las crías.

Por otro lado, los elefantes más viejos disminuyen el paso, estableciendo el ritmo de la manada en sus migraciones, con el fin de que los pequeños puedan acompañarlos.

¡Cuánto cuidado! ¡Cuánta atención!

Si se habla de la madre guepardo, descubrimos en ella la marca de la independencia. Ella cría a sus cachorros sola, aislada de los otros animales de su especie.

Suele cambiar de lugar su camada, que varía entre dos y cinco cachorros, cada cuatro días, para evitar que el olor de los animales deje rastros que atraigan a los predadores.

Después de dieciocho meses entrenando técnicas como las de la caza, los cachorros de guepardo finalmente dejan a sus madres. Entonces, ellos forman un grupo de hermanos, que permanecen unidos cerca de seis meses más.

De todas las especies de animales, sin embargo, es la madre del orangután la que demuestra mantener un vínculo más duradero con sus hijos.

Algo que se asemeja al ser humano. El bebé orangután depende de la madre para todo en los dos primeros años de vida.

Es ella que lo transporta y lo alimenta. Él se queda con la madre hasta los seis o siete años de vida. Durante este período, ella le enseña dónde encontrar comida, cómo comer e incluso cómo hacer un refugio para dormir.

Las hembras de orangután siguen visitando a sus madres hasta que alcanzan alrededor de quince años.

No hay cómo contemplar toda esta maravilla del amor materno, entre los animales, y no encontrar la Presencia Divina.

Presencia que significa la conservación de la especie. Pero con algo muy fuerte, que se traduce en cuidados, cariño, atención.

¿Quién de nosotros no ha observado a una perra con sus cachorros quele tiran de las orejas, al saltar sobre ella, mordiéndola suavemente,para jugar?

Y ella se mantiene allí, tranquila, como si estuviera pensando: Son solo niños. Les gusta jugar. Pronto crecerán.

¡Cuánta paciencia!

Seguramente en todo esto, además de la gran lección de Sabiduría Divina que lo dispuso todo de forma magistral, está la lección mayor del amor, que debemos desarrollar en nosotros.

Pensemos en eso.

Redacción del Momento Espírita.
Le 24.4.2019.

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