Momento Espírita
Curitiba, 20 de Abril de 2024
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ícone El final del derrotero

Algunos períodos de nuestra existencia son realmente desafiantes.

Son aquellos días en que analizamos lo que nos ocurre, y no conseguimos encontrar explicación.

Son situaciones que se nos presentan, de repente, desestructurando todo nuestro vivir, desmantelando planes, programaciones, decisiones muy bien pensadas.

Es el empleo de muchos años del que simplemente somos depuestos. Una actitud que nos sorprende y nos quedamos preguntando de qué ha servido toda nuestra dedicación.

Es el afecto que desencarna en un accidente, o en una enfermedad súbita, dejándonos un enorme vacío.

Años de convivencia en los que nos hemos acostumbrados a aquella presencia que, ahora, es solamente una ausencia sufrida.

Es el compañero o compañera de jornada, con el que compartimos el techo, el hogar, la vida, y que decide evadirse de la relación, sin muchas explicaciones.

Son momentos así los que nos perturban.

Y, cuando se nos arrancan referencias tan importantes, como el empleo, el matrimonio o el ser querido, nos sentimos paralizados.

Una sensación, una casi certeza se instala en nosotros: la de que no tendremos forma de seguir con la vida, pues la vida que conocíamos y sabíamos vivir, ya no existe.

El dolor es tan grande, el shock emocional tan devastador, que no sabemos cómo actuar, o qué hacer.

La postración se apodera de nuestros sentidos y emociones, haciéndonos parecer que no conseguiremos dar el siguiente paso, que por fin hemos llegado al final del derrotero.

Son pruebas como esas, impuestas por la vida, las que nos causan pena, nos provocan dolor, desestabilizan nuestro caminar.

Sin embargo, nada de lo que nos ocurre es obra del azar, o una situación fortuita.

Todo tiene su razón de ser cuando llega a nosotros. Los grandes desafíos, que nos parecen surgir sin razón, constituyen casi siempre una programación realizada por nosotros mismos, antes de nacer.

Traen, al mismo tiempo, la invitación a aprendizajes necesarios para nuestro caminar, en el momento evolutivo en que nos encontramos.

Y estemos seguros de que en esas situaciones, que así nos alcanzan, jamás nos depararemos con problemas y dolores que nuestra estructura emocional no pueda manejar.

La cultura popular, al afirmar que Dios da el frío según la manta, carga la síntesis de la Bondad y Justicia Divinas.

Así, lo que nos parece el final del camino, es sólo una bifurcación, un nuevo derrotero que se abre.

Lo que al principio parece no tener solución, es una oportunidad que se presenta, dándonos experiencia y madurez.

De ninguna manera debemos pensar que Dios nos ha olvidado o nos ha dejado a la deriva, sin ningún apoyo.

La Bondad Divina siempre nos proveerá de fuerzas o enviará a quien pueda ayudarnos a llevar nuestra carga.

Por eso, cuando estemos a punto de dudar de nosotros mismos y de nuestras capacidades, recordemos que Dios cuida de cada uno de nuestros pasos.

Sigamos adelante, alimentados por la fe.

Envueltos en la oración, cultivemos la confianza en la Providencia Divina.

En los días más terribles y amargos, creamos que Dios está con nosotros y que Su amor nos guía.

Más adelante, lo superaremos todo. Y tendremos grabadas en nuestra intimidad las lecciones que tantos desafíos nos han permitido.

Pensemos en eso.

Redacción del Momento Espírita
El 4.4.2022.

 

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