Momento Espírita
Curitiba, 04 de Maio de 2024
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ícone La bendición del dolor

El hecho, ocurrido en una sala de urgencias, atrajo la atención de los académicos de guardia en aquel frío sábado.

Era la última hora de la tarde cuando la pareja llegó con un niño envuelto en una manta.

El padre y la madre se mostraban aterrorizados y el padre no paraba de decir: Se ha quemado. Se ha quemado.

Lo que sorprendió a los académicos, fue que el niño parecía estar bien. Respondía con calma, diciendo su nombre. Y eso tranquilizó a los médicos de guardia.

Sin embargo, cuando el niño fue colocado en la camilla y le quitaron la manta, se quedaron atónitos al ver el gran daño.

Se había sentado sobre la placa caliente de una cocina y tenía graves quemaduras en las nalgas y en la parte posterior de los muslos. Eso sería motivo para que el herido estuviera gritando o se hubiera desmayado.

Sin embargo, era como si nada hubiera ocurrido. Fue trasladado al centro quirúrgico para extirparle el tejido muerto, entre otras providencias.

Era evidente que, posteriormente, necesitaría un trasplante de piel.

Intrigados, los académicos escucharon la explicación de experimentado profesor: Lo que han presenciado es un raro caso de síndrome de Ryley-Day.

Una anomalía genética que afecta a las neuronas sensoriales.

Y concluyó: Él no siente dolor y ésa es su desgracia.

*   *   *

Ante el hecho, recordamos las orientaciones espirituales que afirman que el dolor es una bendición que Dios envía a Sus elegidos: no os aflijáis, pues, cuando sufrís.

Al contrario, bendecid a Dios omnipotente que, por el dolor, en este mundo, os ha marcado para la gloria del cielo.

Eso nos lleva a comprender por qué el no sentir el dolor físico es una desgracia, no un beneficio.

El niño se sentó sobre una plancha caliente y, por no sentir nada, sufrió quemaduras de tercer grado, que han marcado su cuerpo para siempre.

Sentir el dolor de una espina que nos atraviesa la piel, un clavo que nos penetra en el pie, la brasa que nos quema, nos hace alejarnos rápidamente del peligro.

Y al igual que el dolor físico nos alerta y provoca una reacción inmediata, los dolores emocionales que nos afectan nos indican que algo no va bien con nosotros.

La angustia, la tristeza y la ira son señales de alarma.

La frustración constante con el trabajo, con nuestra profesión, debería llevarnos a pensar en sanar lo que nos hace infelices, lo que nos duele tanto, porque más adelante se traducirá en problemas físicos.

Cuando la tristeza traspasa los límites de lo esporádico, convirtiéndose en una compañera constante, nos dice que debemos investigar la causa para alejarla.

No podemos fingir que el dolor no existe. No podemos esconder bajo la alfombra lo que nos hiere cada día, cada hora.

Si el dolor nos llega cuando alguien se va al más allá y deja un lugar vacío en la mesa, tenemos el derecho de llorar, de sentir la ausencia. El derecho de vivir el duelo.

Pero no para la totalidad de nuestra vida.

La bendición del dolor debe estimularnos a buscar ayuda, ya sea en la fe que abrazamos o en los terapeutas profesionales, brazos de Dios en la faz de la Tierra.

Bendito dolor físico que nos lleva a buscar deshacernos de él. Bendito dolor emocional que nos recuerda que nuestro gran compromiso en esta Tierra es vivir.

Vivir para progresar. Para luchar. Para amar. Para seguir adelante.

Redacción del Momento Espírita, con base en el artículo
 
Um ensaio sobre a dor, de Eugenio Mussak, de la revista
 
Vida simples, edición 162, de septiembre 2015, ed. Abril
 y en el cap. IX, ítem 7, del libro El Evangelio según el
 Espiritismo, de Allan Kardec, ed. FEB.
El 5.7.2023.

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