Momento Espírita
Curitiba, 03 de Maio de 2024
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ícone El recuerdo del corazón

¿Acaso pensamos a veces cuantas personas nos han beneficiado a lo largo de nuestra vida?

¿Nos acordamos de aquellos que, en algún momento, contribuyeron para que siguiéramos viviendo?

¿O simplemente que tuviéramos momentos de alegría?

Una señora de más de setenta años nos contó cómo recuerda la presencia de su madrina en su infancia. Se llamaba Adelaide y tenía una situación privilegiada.

Vivía en una buena casa, le encantaban las flores y las tenía en abundancia.

Se acuerda de ella regando con cuidado, en los días de verano, los innumerables vasos colgantes en un lugar casi paradisíaco, en el patio trasero de la casa.

Recuerda las tardes que pasaba absorta en la lectura de cómics y libros de historia de la gran biblioteca de su hijo.

Recuerda el café con pan y mermeladas caseras, los dulces maravillosos que hacía.

Le encantaba ir a los cumpleaños de su hijo, cuando todos sus amigos y amigas estaban presentes.

La casa se llenaba. Había música, baile, risas.

Niña, ella sólo miraba. Todo aquello le encantaba. Y nunca olvidó los momentos de felicidad de aquella convivencia.

En su propia casa no había nada más que lo esencial, porque los tiempos eran duros.

Para vestir, ella tenía solamente dos uniformes. Uno para los días ordinarios de la escuela, otro para aquellos que eran considerados de gala.

Entonces, cuando necesitaba ir a algún lugar importante, como las fiestas descritas, ella utilizaba el uniforme de gala.

Por eso, recuerda que, un día, la madrina la llevó a una tienda elegante y compró muchas telas.

Después, fueron a una costurera para que le fueran tomadas las medidas. En una revista colorida, ella misma pudo elegir los modelos más bellos.

Pasados unos días, sorprendió a su madre llegando a casa con varios vestidos nuevos, hermosos.

Y, como era costumbre en aquella época, hasta una falda de aro, un lujo que jamás había tenido.

Fueron muchos los domingos en que desfiló por la calle principal de la pequeña ciudad, para mostrar semana tras semana, los magníficos regalos.

Quería que todos vieran lo feliz que estaba. Lo adinerada que se sentía.

Cerrando sus recuerdos, confidencia: ¿Cómo se puede olvidar a una persona así?

Una persona que descubre en la mirada de una niña la voluntad de tener algo bonito para vestir, algo bueno para comer, e incluso algo de cambio para comprar una merienda en la escuela.

Adelaide partió, hace muchos años. Pero, la niña-señora agradecida jamás la olvida en sus oraciones.

Y siempre que puede, en honor a ella, repite algunas de sus acciones con los niños que encuentra en su camino.

La felicidad que hoy habita en su corazón, dice, la debe en gran medida a un corazón generoso que la acogía en su casa, que le preparaba lo mejor, todo aquello que una niña desea y no tiene en su propio hogar.

Si hay gratitud en ella, también se ha quedado con la lección y la repite: marcar la diferencia en otras vidas, aunque sólo sea ofrecer un trozo de tarta de chocolate, en una tarde acogedora.

Recuerdos. Gratitud.

La memoria puede, eventualmente, en el transcurso de los años, olvidar detalles.

Sin embargo, un corazón agradecido nunca olvida.

Redacción del Momento Espírita, en
homenaje a Adelaide Minghelli
El 2.8.2023.

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